Sobre el autor

By Sócrates Symphony

Politólogo (1993); Maestría en Gerencia y Planificación Institucional (2003); doctorante del CENDES (2003-2005) y de la UNESR (2005-2009.

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jueves, 19 de noviembre de 2009

Teoría de la acción comunicativa



Por: Germán González

Racionalidad de la Acción y Racionalización Social

Para Piaget el concepto de cooperación social implica dos tipos de interacción, una entre el sujeto y los objetos, mediada por la acción instrumental, y otra entre el sujeto y los demás sujetos, mediada por la acción comunicativa.

Las pretensiones de validez están asociadas a la verdad, la eficacia o la rectitud, la adecuación y la inteligibilidad. Desde un enfoque semántico pueden ser oraciones descriptivas, o de constatación, normativas o de justificación, evaluativos o de juicio de valor y explicativas.

Cuando se trata de enjuiciar la racionalidad de las personas, se buscará que tengan buenas razones y éxito en sus acciones, en la dimensión cognitiva, que sean fiables o sapientes, en la dimensión práctico-moral, inteligentes o convincentes, en la dimensión evaluativa, sinceras o autocríticas, en la dimensión expresiva, comprensivas, en la dimensión hermenéutica y racionales en todas ellas.

Popper presenta tres conceptos del mundo, que son el objetivo, el subjetivo y el social, el segundo de los cuales ofrece un ámbito de no-comunidad. Tenemos entonces el mundo de los objetos o estados físicos, el mundo de los estados mentales o de conciencia y el mundo de los productos de la mente humana, o de la tradición cultural y el pensamiento científico, poético y artístico, que se compone esencialmente de problemas, teorías y argumentos. Igualmente, lo social es un ámbito independiente entre el mundo material duro y el mundo mental blando.

A toda sociología que pretenda ser teoría de la sociedad el problema de la racionalidad se le plantea en los planos metateórico y metodológico. Por ello, al elegir un determinado concepto sociológico de acción nos comprometemos con sus correspondientes presuposiciones ontológicas. La primera se convierte en acción estratégica utilitarista, o racionalidad con arreglo a fines; la segunda subyace en la teoría del rol social, o racionalidad con arreglo a normas; la tercera se refiere a las relaciones actor/mundo, a los participantes en una interacción, o a la autoescenificación de la persona en la vida cotidiana, o racionalidad con arreglo al éxito, y, finalmente, la acción comunicativa, vista como una negociación mediada por el lenguaje para la construcción de consenso, un proceso cooperativo de interpretación, o racionalidad con arreglo al entendimiento.

El otro está ahí en una doble condición, como objeto para mi y como sujeto conmigo. Así, podemos tratar las palabras del otro como meros sonidos, como hechos, o considerar al otro como prójimo para participar con él en el proceso de entendimiento, que es la llave para la comprensión de las acciones de los otros actores.

Todo consenso descansa en un reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica entre sujetos capaces de criticarse recíprocamente.

El momento exploratorio, orientado al conocimiento, no puede separarse del momento creativo, constructivo, orientado hacia la producción de un consenso. Por ello, la verdad solo es concebible como un resultado socialmente organizado de líneas contingentes de conducta lingüística, conceptual y social. La universalidad de la pretensión de verdad es apariencia; lo que en cada caso se acepta como verdadero es asunto de convención.

El camino que va de la acción comunicativa al discurso está inscrito en la acción orientada al entendimiento. Por otro lado, un mundo de la vida constituye para los implicados el horizonte del mundo objetivo, el mundo social que comparten y el mundo subjetivo de cada uno.

La acción racional con arreglo a valores es aquella acción según mandatos o de acuerdo con exigencias que se tiene la obligación de cumplir y que sirven de base a una forma de vida regida por principios formales orientadores de la acción. Weber diferencia la racionalidad práctica en cuanto a utilización de medios, elección de fines y orientación por valores, o sea racionalidad instrumental, electiva y normativa.

En la ciencia, la moral y el arte, las correspondientes pretensiones universales de validez son la verdad, la rectitud normativa, la autenticidad o la belleza, y la racionalidad comprende el conocimiento empírico-teórico de la naturaleza externa, el saber práctico-moral que los agentes tienen de su sociedad y el saber estético-expresivo que el individuo tiene de su propia subjetividad.

Las esferas de valor tienen su lógica interna, como la verdad y el éxito para la esfera cognoscitiva, la justicia y la rectitud normativa para la esfera práctico-moral, la belleza, la autenticidad, o la veracidad para la esfera expresiva. Hay una racionalidad del modo metódico de vida, que Weber asimila a la ética protestante de la profesión. Así pues, hay racionalidad con arreglo a medios, a fines y a valores.

Las imágenes del mundo determinan las vías por las que la dinámica de los intereses mueve la acción social, (suponiendo que la dinámica de los intereses mueve la acción, que esta dinámica se impone dentro de los límites normativos que la rigen, que la validez normativa descansa en la fuerza de convicción de las ideas que la justifican y que esta convicción depende de la fundamentación objetiva que se puede someter a juicio en un contexto dado). El potencial legitimador que poseen las ideas y las imágenes del mundo cambia con las condiciones externas de credibilidad como con las condiciones racionales internas de validez.

La integración social exige una ética de la intención con arreglo a valores, un subsistema social de reproducción cultural, como la familia y la iglesia, y uno de normas vinculantes apto para exigir y persuadir la consecución de intereses éticamente neutralizados, como el derecho burgués.

La racionalización se apoya en la evolución de los sistemas culturales de acción, que son la ciencia, el derecho, la moral y el arte, y en la ampliación del saber cognoscitivo-instrumental, práctico-moral y estético-expresivo que se fundan en la comprensión moderna del mundo.

Habermas propone diferenciar el mundo externo en mundo objetivo y mundo social, e introducir el mundo interno o subjetivo. Las correspondientes pretensiones de validez son la verdad, la rectitud y la veracidad, que fundamentan los modos de empleo del lenguaje en los diversos actos de habla.

El autor deslinda las acciones orientadas al entendimiento de las orientadas al éxito en las ofertas de los actos de habla y el papel de las pretensiones de validez susceptibles de crítica para explicar por qué el concepto de acción comunicativa debe completarse con el de mundo de la vida.

En la acción orientada al éxito evaluamos el grado de eficacia de la intervención, en la acción orientada al entendimiento, por medio de la acción comunicativa, evaluamos los actos de entendimiento basados en convicciones comunes y la negociación de definiciones de la situación.

El oyente de un acto de habla puede reaccionar así: primero como quien entiende la emisión o capta el significado de lo dicho; segundo como quien toma postura con un sí o con un no ante la pretensión vinculada con el acto de habla, y tercero como quien orienta su acción conforme a lo acordado.

Para la acción comunicativa solo pueden considerarse aquellos actos de habla a los que el hablante vincula pretensiones de validez susceptibles de crítica: con una promesa reclama validez para una declaración de intención, con una orden, para una exigencia, con una confesión, para la expresión de sus sentimientos, con una predicción, para un enunciado. Del mismo modo, cuando el receptor toma postura con un no discute la rectitud de la intención o la exigencia, la veracidad de la confesión y la verdad de la predicción.

Hay tres tipos puros de acción comunicativa, que son la conversación, la acción dirigida por normas y la acción dramatúrgica. Junto a las actitudes básicas –objetivante, de conformidad con las normas y expresiva- se introduce una actitud realizativa simultáneamente en los mundos objetivo, social y subjetivo. Las patologías de la comunicación son el resultado de la confusión entre acciones orientadas al éxito y acciones orientadas al entendimiento.

Volvemos a las teorías weberianas de la pérdida de sentido y de libertad por la cosificación provocada por la racionalización capitalista, pues cayeron en desuso los sistemas filosóficos de la razón objetiva que llevaban aneja la convicción de que es posible descubrir una estructura omnicomprensiva o fundamental del ser y deducir de ella una concepción del destino humano. Igualmente, el saber religioso-metafísico recibido como doctrina se ha fosilizado en dogma; la revelación y la sabiduría recibida se mudan en mera tradición; la Ilustración se trueca en mito; la convicción, en un asentimiento subjetivo.

La forma misma de pensamiento que encarnan las imágenes del mundo se torna obsoleta, el saber de salvación y el saber cosmológico se diluyen en creencias últimas de tipo subjetivo y por ello aparecen fenómenos como el fanatismo de la fe y el tradicionalismo de la cultura. Así pues, los modelos mágicos, religiosos y filosóficos, que reflejaban las distintas formas de dominación social se hicieron huecas y se rompió el hilo de fraternidad que las sostenía. La sociedad capitalista y su objetividad cosifican la vida externa y la vida interior, las relaciones sociales, la forma de pensar y de existir de los sujetos; según Lukács el mundo de la vida se cosifica, porque la producción descansa sobre el trabajo asalariado, que exige que una función del hombre devenga mercancía y esta forma mercancía se adueñe también de la cultura, obligando a la adquisición de la conciencia de clase del proletariado como sujeto-objeto de la historia en su conjunto.

Horkheimer interpreta el malestar cada día más agudo que se registra en la cultura, provocado por la recepción de un arte fundido con la diversión y por el reforzamiento técnico de los medios de comunicación de masas.

Adorno renuncia a la ilusión de que sea posible aprehender, por medio del pensamiento, la totalidad de lo real. La gran filosofía ya no puede desarrollar la idea de razón y de una reconciliación universal de espíritu y naturaleza, pues ha sucumbido junto con las imágenes religioso-metafísicas del mundo, y en este sentido bajo las ruinas de la filosofía yace también enterrada la verdad capaz de dar al pensamiento crítico su fuerza negadora y trascendedora.

Hokheimer agrega todavía que la filosofía es el esfuerzo consciente por dar al conjunto de nuestros conocimientos e intelecciones una estructura lingüística en que las cosas sean nombradas por su verdadero nombre, pero con Adorno recuerda que los sistemas de la razón objetiva son ideologías que sucumben a una crítica que va y viene entre la razón subjetiva y la objetiva y por ello el pensamiento filosófico entra deliberadamente en regresión para convertirse en gesto. Añaden que la sociología aparece como un ladrón que se apropia de tesoros cuyo valor desconoce.

Habermas concluye que el programa de la primera Teoría Crítica de la sociedad fracasó por el agotamiento del paradigma de la filosofía de la conciencia y su sustitución por una teoría de la comunicación que permite un replanteamiento de las tareas pendientes, en términos de filosofía del lenguaje y entendimiento intersubjetivo.

La individuación solo es posible por vía de socialización sin coacciones ni represión. Así, el análisis del significado de la expresión yo ofrece una prometedora clave para penetrar en la problemática de la autoconciencia, que conecta subjetividad e intersubjetividad.


Crítica de la Razón Funcionalista


Con los gestos sonoros los participantes no se limitan a reaccionar adaptativamente al gesto del otro, sino que dan expresión a una interpretación de ese gesto y realizan cada ademán con una intención comunicativa: se están dirigiendo el uno al otro.

Según Mead, el tránsito desde la interacción mediada por gestos a la mediada por símbolos representa la constitución de un comportamiento regido por reglas, al menos para dos sujetos, y marca el umbral de la hominización, de la constitución del sí mismo mediada por el lenguaje, pues uno tiene que ser miembro de una comunidad para ser sí mismo, mientras que Habermas aclara que tenemos que analizar este tránsito desde el modo de control de la interacción, prelinguístico y ligado a los instintos, a un modo de control dependiente del lenguaje y ligado a una tradición cultural.

Un hablante puede cuestionar una emisión en un triple aspecto: según sea una constatación, la manifestación de un sentimiento, o un mandato, puede poner en duda su verdad, su veracidad o su legitimidad. En la acción comunicativa, las ofertas de los actos de habla deben su fuerza a la relación entre pretensiones de validez y razones, pues las primeras no pueden aceptarse ni rechazarse si no es con acuerdos racionalmente motivados para coordinar planes y acciones.

El sí mismo es una estructura social y se forma en la experiencia social a través de la autopresentación comunicativa. Es manifiesto que también la individualidad es un fenómeno generado socialmente. Así que el proceso de socialización es a la par un proceso de individuación.

En los actos de habla se integran tres tipos de relación (cognitiva, moral y expresiva) con la naturaleza externa, con la identidad colectiva y con la naturaleza interna. Las expectativas de comportamiento normadas y el habla gramatical se complementan para dar la estructura de la interacción lingüísticamente mediada regida por normas.

La actitud realizativa que adoptan ego y alter (emisor y receptor o hablante y oyente) cuando actúan comunicativamente entre sí va ligada a la presuposición de que el otro puede tomar postura con un sí o con un no frente a la oferta que representa el acto de habla.

En la acción comunicativa, por más regida que pueda estar por normas, a nadie se le puede quitar la iniciativa y nadie puede cederla. El yo aporta el sentimiento de libertad, de novedad y de sorpresa.

La transmisión del saber cultural se hace a través de la acción orientada al entendimiento; por medio de la coordinación de la acción se sirve al cumplimiento de normas y a la integración social y con la socialización se instauran los controles internos del comportamiento y se forman las estructuras de la personalidad, a través de interacciones lingüísticamente mediadas.

La democracia aparece como la forma política por la que la sociedad llega a la más pura conciencia de sí misma y donde juegan un considerable papel la deliberación, la reflexión y el espíritu crítico en la marcha de los asuntos públicos. La unidad del colectivo solo puede establecerse y mantenerse como unidad de una comunidad de comunicación, o sea mediante un consenso buscado y alcanzado comunicativamente en el seno de la opinión.

La mediación lingüística de la acción regida por normas pudo haber representado un impulso para la racionalización del mundo de la vida. Los contenidos semánticos de origen sacro y profano fluctúan en el lenguaje y se produce una fusión de significados; los contenidos práctico-morales y los expresivos se unen con los cognitivo-instrumentales en forma de saber cultural.

La moral, convertida en ética del discurso, permite distinguir entre representaciones morales de la tradición, reglas morales del sistema normativo y conciencia moral de la personalidad. A una moral universalista se puede confiar la tarea de mantener la cohesión de una sociedad secularizada, pues un acto, para ser moral, tiene que tener carácter universal.

Mead afirma que somos lo que somos merced a nuestra relación con los otros y que, inevitablemente, nuestro fin ha de ser social y que a la apelación a una sociedad más amplia corresponde un sí mismo más amplio, o sea, un sujeto autónomo capaz de orientarse en su acción por principios universales, pues solo quien toma a su cargo su propia vida puede ver en ella la realización de sí mismo.

Los componentes del mundo de la vida se diferencian en cultura, sociedad y personalidad y hay un desplazamiento del saber sacro por uno basado en razones y en distintas pretensiones de validez, se separan legalidad y moralidad, se universalizan el derecho y la moral y se difunde el individualismo con crecientes pretensiones de autonomía y autorrealización. Por otro lado, también la cooperación tiene su moralidad intrínseca.

El mundo de la vida, constituido entre otros elementos por el lenguaje y la cultura, se presenta como contexto en la acción comunicativa. Tengo que entender mi mundo de la vida en el grado necesario para actuar en él y obrar sobre él. El mundo de la vida es desde el principio, no mi mundo privado, sino un mundo intersubjetivo.

En las relaciones actor-mundo aparecen los tipos puros de acción orientada al entendimiento, en la cual los participantes realizan sus planes de común acuerdo para evitar el riesgo de que el entendimiento fracase, y el riesgo de que el plan de acción se malogre.

Al ejecutar un acto de habla, se entabla una relación con algo en el mundo objetivo, en el mundo social (relaciones), o en el mundo subjetivo (vivencias), a partir de la confianza de que el mundo seguirá siendo como es conocido hasta ahora y de que la provisión de saber recibida del prójimo y la constituida por las propias experiencias seguirá manteniendo su validez básica.

La acción comunicativa, bajo el aspecto funcional de entendimiento, sirve a la tradición y a la renovación del saber cultural; bajo el aspecto de coordinación de la acción, sirve a la integración social y a la creación de solidaridad; y bajo el aspecto de socialización, sirve a la formación de identidades personales. A estos procesos de reproducción cultural, integración social y socialización, corresponden los componentes estructurales del mundo de la vida que son la cultura, la sociedad y la personalidad.

Habermas parte de la acción comunicativa para entender la sociedad como mundo de la vida de los miembros de un grupo social, donde el concepto de mundo de la vida es complementario del concepto de acción comunicativa y es el trasfondo contextualizador de los procesos de entendimiento. La reproducción simbólica del mundo de la vida se separa de su reproducción material para entender la acción comunicativa como el medio a través del cual se reproducen las estructuras simbólicas del mundo de la vida, hallando una diferenciación funcional entre procesos de reproducción cultural, de integración social y de socialización.

El mundo de la vida recibe el aporte del acervo cultural de saber, la personalidad, la sociedad, las capacidades adquiridas en el proceso de socialización y los órdenes institucionales. Ese trasfondo consta también de habilidades individuales, de la capacidad intuitiva de saber cómo enfrentarse a una situación y de prácticas arraigadas socialmente. Las certezas del mundo de la vida tienen el carácter cognitivo de tradiciones culturales, el psíquico de competencias adquiridas y comprobadas y el social de solidaridades acreditadas.

No hay individuo humano concreto que no sea un organismo, una personalidad, un miembro de un sistema social y un participante en un sistema cultural, que pone de manifiesto cómo las decisiones de un actor quedan reguladas por tradiciones vivas. Sin embargo, es evidente la independencia empírica de la cultura respecto de la sociedad y de los entornos social, psicológico y orgánico de la acción.

Todo sistema de acción es interacción y compenetración recíproca de cultura, sociedad, personalidad y organismo, que se especializan, respectivamente, en la función del mantenimiento de patrones, integración social, consecución de fines y adaptación.

Los sistemas sociales contienen subsistemas, como instituciones significativas, la administración estatal en la dimensión política, por ejemplo, la empresa, en la dimensión económica, el derecho, como subsistema integrador, y la iglesia y la familia, como mantenedores de las pautas culturales.

Las estructuras simbólicas del mundo de la vida sólo pueden reproducirse a través de la acción orientada al entendimiento. Las acciones solo pueden coordinarse a través de la formación de un consenso si la práctica comunicativa se inserta en un mundo de la vida determinado por tradiciones culturales, órdenes institucionales y competencias individuales.

El potencial de racionalidad del entendimiento se expresa en que el acuerdo y el disentimiento dependen del reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica.

El potencial de racionalización del mundo de la vida se logra a medida que el lenguaje asume las funciones de entendimiento, de coordinación de la acción y de socialización de los individuos y es el medio por el cual se efectúan la reproducción cultural, la integración social y la socialización, donde la solidaridad ocupa un lugar tan prominente como el interés personal.

En la práctica comunicativa cotidiana tienen que combinarse y fundirse entre sí interpretaciones cognitivas, expectativas morales, manifestaciones expresivas y valoraciones y constituir un todo racional. Esta infraestructura comunicativa se ve amenazada por dos tendencias que se compenetran y refuerzan mutuamente: una cosificación inducida sistémicamente por la autonomización de subsistemas regidos por medios de control, como el dinero y el poder, y un empobrecimiento cultural, originado en la extinción de tradiciones vivas y en la diferenciación de ciencia, moral y arte, al igual que la ruptura elitista de la cultura de los expertos con los contextos de la acción comunicativa.

La modernización parece excluir el desarrollo de instituciones de libertad que protejan los ámbitos de acción en las esferas de la vida privada y de la vida pública y la conexión de la cultura con prácticas comunicativas que requieren de tradiciones vivas fundadoras de sentido. La crítica burguesa de la cultura ha tratado de hacer derivar las patologías de la modernidad de dos causas: de que las imágenes del mundo secularizadas pierden su fuerza integradora o de que el elevado nivel de complejidad de la sociedad desborda la capacidad de integración de los individuos.

El consenso social es el primer eslabón en la cadena de formación de la voluntad colectiva y base de la legitimación. En las formas modernas de entendimiento de la acción comunicativa se diferencian distintas formas de argumentación, como los discursos teóricos en la esfera de la ciencia, discursos práctico-morales en la esfera de la opinión pública y en el sistema jurídico y la crítica estética en el ámbito del arte y de la literatura.

Una colonización del mundo de la vida puede producirse cuando las formas tradicionales de vida están desarticuladas en los componentes cultura, sociedad y personalidad; cuando las relaciones de intercambio quedan reguladas a través de roles diferenciados por actividad laboral, demanda de la economía, relaciones de clientela con las burocracias y participación formal en los procesos de legitimación; cuando la fuerza de trabajo de los empleados se torna disponible y el voto de los electores movilizable a cambio de compensaciones conformes al sistema y quedan privatizadas las esperanzas de autorrealización y autodeterminación a través de los roles de consumidor y cliente.

A modo de conclusión

Los medios de comunicación de masas electrónicos representan una sustitución de lo escrito por la imagen y el sonido y aparecen como aparatos que penetran y se adueñan por entero del lenguaje comunicativo cotidiano, transmutando los contenidos auténticos de la cultura moderna en estereotipos neutralizados y aseptizados e ideológicamente eficaces para reduplicar lo existente, eliminar los rasgos subversivos o trascendentes de la cultura y ejercer un control social enquistado en los individuos.

Pero este potencial autoritario es siempre precario porque la comunicación lleva inserto el contrapeso de un potencial emancipatorio frente a pretensiones de validez susceptibles de crítica, porque nunca pueden quedar del todo blindadas contra la posibilidad de ser contradichas por actores capaces de responder autónomamente de sus propios actos, pues, en último análisis, son las personas cuando hablan entre sí, y no cuando oyen, leen o atienden a los medios de masas, las que realmente hacen que la opinión cambie.

Los nuevos conflictos de las sociedades modernas no se desencadenan en torno a los problemas materiales o de distribución, sino en torno a cuestiones relativas a las formas de la vida, expresadas en la revolución silenciosa que significan los cambios en los valores y actitudes de la población y en un tránsito desde la vieja política, centrada en la seguridad interna y militar, económica y social, hacia una nueva política, en la que surgen problemas como la calidad de vida, la igualdad de derechos, la autorrealización individual, la participación y los derechos humanos.

Al tiempo que hay movimientos de resistencia y repliegue que reaccionan contra la colonización del mundo de la vida, causada por no distinguir entre su racionalización y el aumento de complejidad del sistema social, aparecen también tendencias de defensa neoconservadora de una postmodernidad que despoja de su contenido racional y de sus perspectivas de futuro a una modernidad en discordia consigo misma.

La teoría de la sociedad, con el concepto de razón comunicativa, de una razón inmanente al uso del lenguaje enderezado al entendimiento, vuelve a considerar a la filosofía capaz de cumplir tareas sistemáticas y a exigirle una teoría de la racionalidad. El saber que sirve de horizonte de la práctica comunicativa cotidiana y de trasfondo del mundo de la vida es traído a la conciencia como algo de lo que necesitamos cerciorarnos.

Pues bien, en las sociedades modernas, tanto en las formas desinstitucionalizadas de trato en la esfera de la vida privada-familiar, como en la esfera de la opinión pública acuñada por los medios de comunicación de masas, se torna verdadera en la práctica la lógica propia de la acción comunicativa. Al mismo tiempo, los imperativos de los subsistemas autonomizados penetran en el mundo de la vida e imponen, por vía de monetarización y de burocratización, una asimilación de la acción comunicativa a los ámbitos de acción formalmente organizados y ponen en cuestión las estructuras simbólicas del mundo de la vida en su totalidad.
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